martes, 10 de enero de 2012

Glassed girl.

Once upon a time...
Una fría noche de invierno, dos personas crearon a la criatura más débil que había existido jamás. Le pusieron cuerdas en los pies y manos y la pusieron a andar... 
La pequeña chica vino al mundo, un mundo donde ella pensó que era oscuro y sin sabor. Para ella, los días eran grises y las noches negras, sin apenas diferencia de color. La niña creció lentamente, contando siempre los días y mirando aquel cielo que rompía sus esperanzas. Se dio cuenta que con el paso del tiempo, su corazón no aparecía y que en su interior sólo había vidrios rotos. Era tan delicada, tan de cristal que como juguete no servía y por eso se rompió en miles de pedazos según la iban tocando, resquebrajando su piel de porcelana y volviendo su único toque de luz, sus ojos, más oscuros y muertos.
La nieve caía sobre su tejado, simulando la ceniza de su risa apagada pero la diferencia, era que en la ceniza hubo llamas y en su interior nunca ella había encontrado nada. De vez en cuando, las noches le regalaban una tormenta que la niña no entendía, no comprendía su valor porque era demasiado pequeña para darse cuenta que cada trueno era un grito en un silencio atronador. Ese silencio era la llave de su única estación, el invierno.
Cuando un día decidió salir a recorrer el pequeño y mustio jardín de su casa, se topó con muñecos que vagaban sin vida de un lado a otro y esos fueron sus fantasmas diarios. Cruzó temerosa hasta el otro lado y allí, se topó con una enorme verja de metal cerrada que ponía: “sólo se abren puertas cuando tienes a alguien con quien cruzarlas”. Dándose cuenta de que ella estaba sola, se dio la vuelta y observó que allí no había nada… Nada más que muros interminables que escalaban el cielo, montones de estatuas que le clavaron la mirada y vieron en su interior, transparente, juzgando su alma; un alma que sólo era suyo. Aterrorizada por sus rostros, se encerró en el cuarto de su habitación y de ahí no volvió a salir hasta que no viese la luz del sol asomar por su ventana. Pero el sol, nunca llegó y sus sueños se consumieron tan efímeramente como aparecían. Cada resplandor, era una ilusión en su cuarto de esperanzas perdidas.
El polvo fue llenando su interior. Cubrió heridas, ensució sus cuerdas y ella no volvió a caminar más, se estancó en un último paso que nunca llegó a dar. Se juró a sí misma entre lágrimas, que nunca llegaron a nacer, que no tendría fe nunca más porque cada vez que creía en algo, era ella quien se rompía más y más. Se maldijo por ser de cristal y deseó que la hubiesen creado de piedra. Gastó su último aliento en un intento desesperado de volverse fuerte pero más que ser un pedrusco resistente a todo, fue una pequeña china que dejó de sentir, se aisló del mundo…
Las sonrisas fueron inexistentes en esa casa abandonada, encantada por la soledad. Las habitaciones habitadas por los ecos del pasado, eran ahora propiedad de los fantasmas. Éstos, habían atado a la niña por sus propias cuerdas, ya débiles por el tiempo, y la habían llenado la cabeza de palabras huecas. Ella era prisionera de locos del pasado, de cosas que nunca la dejaron crecer y hacerse grande.
La tristeza fue la única compañera que tuvo durante esos largos años que pasó encarcelada sin motivos. De vez en cuando sus labios se abrían y de su interior salían cantos que expulsaban toda la enfermedad de su interior. Era su única manera de sentirse libre.

Cuando su mundo de fantasías se hizo cruelmente real, fue cuando su cuerpo entumecido por el frío decidió volver a andar. Anduvo en círculos pero no se detuvo en su camino… Volvió a creer que si deambulaba por su jardín, como aquellos viejos fantasmas, llegaría a encontrar la salida o alguien con quien abrir aquella puerta.
Mantuvo la firmeza en cada paso, con los nervios a flor de piel y con la idea de resistir hasta que llegase su amargo final. Buscó con la mirada en los rostros indemnes de las figuras que se vislumbran entre la nieve caliente y no se dejó derrumbar ante los obstáculos que le ponían en el camino aquellos burlones vagabundos del demonio. Tal vez ella fuese frágil, tan frágil que les causase risa pero pese a que estuviese hecha del cristal más fino, su voluntad era fuerte. Porque aquellos intentos por intentar ser una piedra, que le habían parecido en vano, le habían envuelto en una armadura invisible, le habían puesto una careta que daba sensación de frialdad a quien la observase. Ya no sólo era la muñeca transparente de una casa habitada por el alto ruido del silencio sino que había dejado atrás la porcelana para ser diamante.
Nada entonces la podía dañar por eso se atrevió a luchar contra sus monstruos, buscando respuestas y con la loca idea de que más allá de las verjas, existiría la primavera. Pero aquellos monstruos, ganaron.
Derrotada y rota en miles de pedazos, recogió lo que quedaba de sí misma y cojeó hasta aquella habitación llena de polvo una vez más. Se dio cuenta entonces que ella nunca había sido fuerte ya que su alma seguía siendo la misma y que todo era apariencia. Por eso ella había perdido todas sus batallas.
Sin fuerzas para nada más, volvió a atar sus extremidades a los pies de su cama y cerró los ojos, dispuesta a morir de una vez y terminar con la agonía del invierno…

Pero no fue la muerte quien abrió la puerta de su cuarto de sueños perdidos, no fue la parca quien desató sus cadenas… Fue una joven que brillaba tanto que la niña pensó que era el mismo sol que había esperado cada mañana al mirar la ventana. Con la cara sucia del polvo, la miró y ella la llenó de calor con una simple pero cálida sonrisa. En su interior, llegó el verano y la casa en ruinas poco a poco fue tomando color. Se quedó tendida en el suelo, esperando que aquel ángel la tomase de la mano y la llevase consigo. Así fue cómo ocurrió.
Según caminaban, las flores aparecían tras sus pies, el verde del jardín nació. La chica de cristal vio por primera vez en su vida algo más que gris y negro.
La vida se le plantó por primera vez delante de sus ojos, que ahora brillaban intensamente porque en sus pupilas se reflejaba la esencia de su salvadora. No tuvo más que darse cuenta de que lo que tenía ahora, era lo mejor que había tenido jamás.
Poco a poco, con cada paso, perdió sus cuerdas y no se sintió más títere, los fantasmas huyeron espantados por la luz y las estatuas del jardín sonreían. Escuchó a los pájaros cantar y ella no pudo evitar reír, su risa no se esfumó como siempre si no que permaneció ahí siempre entre sus labios. Labios que fueron hechizados por aquel ser venido del paraíso, cuando la besó por primera vez.
En su interior, nació la sensación más hermosa del mundo: el amor.
Caminaron hasta aquella puerta de metal del jardín que se encontraba abierta y tras ella, había un enorme y atrayente resplandor.
            -¿A dónde me llevas?-preguntó la niña, encandilada.
El ángel la miró y sonrió, en su interior volvieron a nacer chispas.
            -A la primavera, fuera de este infierno invernal.
Y la tomó de la mano fuerte y así caminaron volando por el infinito sin soltarse nunca y con la sensación de que le habían entregado el corazón.
Porque su corazón había estado siempre con aquella persona que la sacó del invierno más duro que había tenido jamás.

Erase una vez la historia interminable de amor.

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