miércoles, 8 de junio de 2011

Trust.

Las conversaciones telefónicas últimamente terminan siendo más profundas para mí que anteriormente. Antes, sólo era una voz através de un aparato vacío, una cáscara de plástico, pero las cosas cambian y yo con ellas.
Tras una hora escuchando una charla filosófica con mi tío, he de destacar una parte que me marcó de nuestro diálogo (que resultó ser casi un monólogo porque yo no soy de hablar demasiado). El pedazo era algo así:
-Hace un tiempo, cuando estudiaba en el colegio, en clase de Literatura nos enseñaron una fábula que me hizo tal cómo soy ahora. Creo que fue de esa clase de cosas que te quedan en la cabeza sin necesidad de estudiarla bien porque te gustan o porque te han llamado la atención. Decía algo así:
"Érase una vez un niño y una madre. Ambos se querían profundamente y cada uno le enseñaba a otro cosas totalmente distintas, tanto de pequeños como de mayores. Un día, la mamá decidió darle una lección sobre la vida al niño. Le pidió que se subiera encima de la mesa de la cocina y su hijo, confundido, obedeció. Ella lo miró, viéndolo que estaba en un lugar alto, observando que desde ahí paracía ser grande, entonces abrió su brazos y dijo:
-Salta, niño de mis ojos, que yo te cogeré.
Este, salta con inocencia produciendo una risa infantil creyendo que es sólo un juego. La desgracia viene después cuando su madre, no lo aferra y él se cae al suelo. Llorando por la fuerza del golpe, el niño receloso y dolido le pregunta:
-¿Por qué no me has agarrado, mamá?
-Para que así aprendas, que no te puedes fiar ni de tu madre-le respondió ella".

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